Tristeza: Aflicción, pesadumbre (RAE)
“No sé si soy una persona triste con vocación de alegre, o viceversa, o al revés. Lo que sí sé es que siempre hay algo de tristeza en mis momentos más felices, al igual que siempre hay un poco de alegría en mis peores días” (Mario Benedetti)
La tristeza es una emoción necesaria. No podemos huir aunque sea la menos seductora de las emociones desagradables y siempre queramos despojarnos de ella. Está, como la alegría, para vivirla, sentirla y compartirla. Es una emoción adaptativa que, como toda emoción, tiene una función, nos alerta de que algo no va bien y busca detener una situación que nos hace daño. La tristeza es útil, tiene su lado positivo, es sana y, por eso, es tan importante no reprimir lo que sentimos y ser sinceros. Si la vivimos como algo natural, es un aprendizaje que nos permite conocernos mejor, nos da información sobre cómo somos y sobre el momento que estamos viviendo.
No es una emoción al servicio de la queja, no vive del victimismo, es tan sólo un estado temporal del alma. La tristeza nos fortalece, nos evita la ira, nos invita a parar, a pensar, a decidir. Es hermosa cuando nos ayuda a comprender el momento, cuando nos acerca a la compasión, a la humildad, cuando nos mueve por dentro. Nos da fuerza y nos ayuda a encontrar un nuevo horizonte.
Nos sentimos tristes por las pérdidas, por el distanciamiento, por los desengaños, por las decepciones profundas o cuando nos hacen daño. La tristeza nos pesa, sentimos esas ganas de cerrar los ojos y que todo pase, esa presión en el pecho, esa sensación de vacío y se nos llenan los ojos de lágrimas cuando recordamos algo o escuchamos una canción. La tristeza tiene profundidad y tiene silencio, como la noche. No hay mal en ello, es el otro polo de la vida, forma parte de su equilibrio, una vida sólo con alegría tendría extensión pero no profundidad y, por ello, hay que celebrar la vida, comprenderla como una interacción de luces y de sombras, con lo bueno y con lo malo.
Las estrategias para afrontar el dolor que produce la tristeza son muy distintas; casi lo único que podemos hacer es enfrentarnos a ese dolor, reconocerlo, permitirlo, darle su espacio, aceptarlo, experimentarlo y expresarlo sin evitarlo, sin luchar contra él, prestándole atención plena. Cuando estamos tristes no existe nada peor que forzarnos y aparentar que estamos bien cuando, por dentro, estamos rotos a pedacitos. La risa no es siempre la mejor medicina, a veces, es el mejor disfraz.
Siempre es bueno hablarlo, sacarlo, explicar las razones y expresarnos buscando las causas de la situación. Las palabras curan, las lágrimas nos limpian por dentro. Cuando nos sentimos tristes no hay nada peor que no nos dejen expresar lo que sentimos porque nos carga con más peso.
Dice el Talmud “Quién sabe de dolor, todo lo sabe”. Recordemos que las personas más fuertes son las que necesitan más protección, más cuidado, más delicadeza y más mimo cuando están tristes porque suelen acumular el cansancio de llevar mucho tiempo siendo fuertes. Para no preocuparnos, nos dicen con una sonrisa “no pasa nada” o “no importa” mientras les cae una lágrima en silencio. No todos lloramos de la misma manera, hay sonrisas que esconden miles de lágrimas y también llantos exagerados y dramas con fuego de artificio, que olvidan que el mayor dolor es siempre silencioso.
El primer regalo de este post: una canción de Leiva, Sudando la tristeza
El segundo, un cuento de Jorge Bucay de su libro Cuentos para pensar, La tristeza y la furia, un gran mensaje:
Dicen, y dicen bien, que la tristeza va volando sobre las alas del tiempo. A veces, las cosas tienen que ir muy mal antes de que puedan empezar a ir muy bien. Tengamos calma, respiremos hondo y aguantemos ahora, porque pasará y nuestros ojos volverán a sonreír.
“Tú no eres lo que aparentas en los momentos de tristeza. Eres mucho más que eso. Mientras muchos partieron, tú continúas aquí. Tú estás triste, ésto prueba que tu alma continúa viva” (Paulo Coelho).
Todos los besos