La belleza
está en los ojos que miran
“Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es
frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.”
(Jorge Luis Borges)
Hace unos años, The Washington Post hizo un experimento
que para comprobar si sería capaz la
belleza de llamar la atención en un contexto banal y en un momento inapropiado.
Consistía en observar la reacción de la gente ante la música interpretada
por Joshua
Bell, uno de los mejores
violinistas del mundo, actuando de incógnito en el metro. Un día de enero, a
las 7.51 de la mañana, el artista comenzó su recital de clásicos en la estación
de L'Enfant Plaza, epicentro del
Washington DF, entre decenas de personas cuyo único pensamiento era llegar a
tiempo al trabajo.
En ese momento, Bell,
con vaqueros, camiseta de manga larga y gorra, comenzó a emitir magia desde su Stradivarius de 1713, valorado en 3,5
millones de dólares, ante las 1.097 personas que pasaron a escasos metros de él
durante su actuación. En los 43 minutos que tocó, el violinista recaudó en su
estuche 32 dólares y 17 céntimos, una cifra muy lejos de los 100 dólares que
los amantes de su música pagaron tres días antes por asientos normales en el Boston Symphony Hall, con lleno
completo. Fuera de los grandes escenarios y con la única compañía de su violín,
a Bell
sólo lo reconoció una persona y muy pocas se detuvieron unos instantes
a escucharle. Leonard Slatkin, director de la Orquesta Sinfónica Nacional de Estados Unidos, dijo al Post que calculaba que "entre 75 y 100 personas se pararían y
pasarían un rato escuchando" al artista, aunque no se dieran cuenta de
su identidad a primera vista.
Pasaron tres minutos y 63
personas hasta que alguien se cercioró de que, efectivamente, una melodía
sonaba en el subterráneo. Un hombre de mediana edad fue el primero en apartar
la vista del suelo un segundo para mirar a Bell. Treinta segundos después llegó
el primer dólar y, a los seis minutos, alguien decidió pararse por un momento
para apoyarse en una de las paredes de la estación y disfrutar de la música. En
total, fueron siete los individuos que detuvieron su marcha para escucharle,
mientras 27 decidieron contribuir a la "causa". Sólo le reconoció una
mujer que había estado en uno de sus conciertos aunque, quienes se pararon a
escucharle, percibieron que el artista no era una persona cualquiera. "Era un violinista soberbio, nunca he oído
nada así. Dominaba la técnica, su fraseo era buenísimo. Y su cacharro era
bueno, también, el sonido era amplio, rico", describió John
Piccarello, un cartero que en su día estudió violín. Otro pasajero que
se detuvo a oír al virtuoso fue John David Motensen, funcionario del
Departamento de Energía, que sin los conocimientos de Piccarello sí explicó al periódico
que la música de Bell le hacía "sentir
en paz".
Todos los besos